Tiene la Sociedad Bilbaina en sus salones verdaderas obras pictóricas que retratan un Bilbao digno de recordar. Entre los cuadros del pintor Bilbaíno Manuel Losada, que son numerosos, hay uno que siempre llama la atención del observador por su temática.
En
la crónica escrita sobre este hecho por el periodista bilbaino Carlos Bacigalupe en 2005, se recordaba que el
escritor Esteban Calle Iturrino en 1946 recogió el testimonio de Don Eusebio Scala,
un ciudadano bilbaíno que tuvo el privilegio de estar aquel día en una de
aquellas góndolas. Muchos a lo largo de estos años se han mantenido incrédulos
sobre la veracidad de dicha fiesta dada la dificultad de inundar la plaza nueva
de tal forma que se pudiese navegar por ella, pero es cierto que en 1872 la Plaza
Nueva era diferente y tenía en primer término, al pie de las arcadas, una
franja de sed de césped de poca altura y, a continuación, tres escalones que
descendían a un foso de cierta profundidad. Así es como pudo haberse realizado
una plaza navegable sin que el agua entrara en los soportales
¿Pero,
de dónde partió esta ocurrencia? Parece que fueron los tertulianos del café
suizo. Así, los sumideros de la plaza fueron taponados para poder inundar el
recinto. El testigo evocó que la plaza estaba deslumbrantemente adornada y que
numerosos muchachos y muchachas de Bilbao pasearon en ellas lo mismo que él y
sus hermanos mayores que entonces vivían en la plaza.
Aparte
de esto, una magnífica fiesta veneciana celebrada con motivo de las fiestas de
agosto de 1879. Pero naturalmente, el desfile tuvo lugar por la ría. En ella
intervinieron una serie de góndolas conducidas por personajes ataviados a la
usanza. Y fue un auténtico espectáculo.
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