El final del s.XIX y principios del s. XX en Bilbao, fue un momento de revelación de grandes artistas e intelectuales. Se trataba de un grupo de jóvenes talentos inquietos por la cultura que se reunían (bajo el nombre de Txoritoki primero y Kurding Club más tarde) y estaban al tanto de los movimientos que se desarrollaban en París.
Allí había tratado a mucha gente valiosa y perteneció a una piña íntima de amigos, entre los cuales estaba Emilio Zola. Así, disfrutaban de divertidas discusiones y revelaciones sobre Manet, Degas, Claude Monnet, Pissarro, Rafaelli, Gauguin, Puvis de Chavanne, con sus recientes decoraciones de la Sorbona y el Panteón; impresionismo, clasicismo, prerrafaelismo, puntillismo, todo salía a colación en ensalada y con la verbosidad y amenidad que Adolfo daba a sus charlas.
Gracias a las entrañables crónicas del Bilbao de aquellos años de
Orueta, que formaba parte de dicho grupo, cosas inolvidables y deliciosas le
oían allí, donde, colgada en la pared aquella delicadísima «Joven en primera
comunión», que había pintado en París, y
preparaba los dibujos de las elegantes y esbeltas figuras de perros y cazadores
y las de la terraza de Las Arenas, para los paneles de la Sociedad Bilbaína.
Por entonces, Anselmo Guinea, temperamento opuesto al de Adolfo,
irónico y tranquilo, pero lleno de encanto también, había llegado de Italia y
fue más tarde por París. Pintaba sus paisajes de Deusto azulados y dulces y,
sobre todo, sus espléndidas acuarelas, que tanto seducían por su brillante
colorido. Poco más tarde vino Darío Regoyos, otro enorme colorista,
revolucionario entonces, uno de los quince independientes de Bruselas, que dejó
obra indeleble y abundante y rastro magnifico en el progreso entre nosotros del
color en el paisaje y del dibujo del movimiento.
Echena, más italiano en su manera y colorido. Enrique Salazar,
que tenía talento, pero nos tenía sometidos a eclipses de trabajo, ya que en
grandes temporadas abandonó la pintura. También señala a Juan de Barroeta, excelente pintor y retratista principal de Bilbao, cuyos
cuadros son tan estimados, porque aun sucediendo a su padre, también pintor,
era más bien de la generación anterior.
Manuel Losada empezaba, y era aún un aficionado
sobresaliente, cuyas obras no salían de su casa y sus amigos. Sus dibujos a
pluma eran alabados y sus cuadros iban ya formándose. Poco tiempo después fue a
París a Estudiar, y a su vuelta tuvo su estudio en la Gran Vía, que frecuentaban
mucho también. Raro era el mes que no se expusiese alguna primicia de pintura
local en el escaparate de Velasco, de la calle de la Sombrerería, que era en
aquellos años el lugar de estas exposiciones.
Pepe Amann (José Isaac) que, a sus muchos dones como organizador y hombre de
negocios, unía un talento de dibujante formidable y extraordinario, y de quien,
por la amabilidad de sus hijos, puedo dar en este tomo una muestra de sus
dibujos al lápiz.
Germán Aguirre, dibujante también, y del cual, por cierto, encontró más tarde el general Castellón un álbum de dibujos en casa de un reyezuelo de una isla poco poblada de Filipinas, sin que pudiera averiguar jamás, cómo ni cuándo fue a parar allí. Entre la familia de Rochelt y Amann había según cuenta Orueta, también cantidad de buenos aficionados, tales que Luis y Rafael Rochelt, don Ricardo, Gustavo y Oscar, hijo del primero.
Ese era el rincón y esos eran los hombres que, con gran brillantez, sostenían entonces muy alto el pabellón del arte de pintar en Bilbao, y que para su época iba en avanzada del resto de España, siendo semillero que fructificó en la brillante pléyade de artistas vascos que luego han honrado al país.
Todas estas interesantes revelaciones, por supuesto, no serían conocidas sin que alguien las hubiera contado. Alguien que vivió de primera mano este palpitar e inquietudes intelectuales y culturales del momento. Surgieron con el tiempo, la Asociación de Artistas Vascos, la Sociedad Filarmónica de Bilbao, Museo de Bellas Artes de Bilbao entre otras instituciones relevantes.
No era aquel
ambiente de Bilbao según Orueta, el adocenado de una escuela decadente, sino
algo fresco y chispeante, de gente joven e inteligente que traía en sí savia y
vigor.