NO hay en el mundo
Puente
colgante
Más elegante
Que el de
Bilbao.
Decía la canción, y no se refería aún
al Puente de Bizkaia o de Portugalete precisamente, sino que había en Bilbao a
finales del s.XIX, dos puentes colgantes: el de San Francisco, donde luego se construyó el de hierro, y el de la Naja, entre el de la Merced, que entonces era una
pasarela de madera, y el del Arenal, como se cita en las memorias por ejemplo
de José de Orueta que cuenta con detalle cómo eran.
Los dos eran a cuál más elegantes y
airosos, y muy especialmente el de la Naja.
"Hubo muy buen sentido al hacerlos" dice Orueta,
pues en aquella parte de la ría, los aguaduchos o riadas, por
ser sitio estrecho, se llevaban por delante todos los pilares imaginables, como
le pasaba al de la Merced.
Pero si la obra de ingeniería era
buena, la decorativa y artística era más feliz todavía. Tenían pilares de apoyo
para los cables en las dos orillas, unidos por arcos, y más altos en el lado de
Abando, y éstos estaban decorados con armas y escudos en colores, de muy buen
efecto, sobre la piedra sillar de Motrico, de que estaban hechos.
Se cimbreaban graciosamente con el
ritmo del paso de los peatones, para quienes era solamente; y en el de San
Francisco, cuando pasaban por él y hacia el cuartel las tropas, que aun al paso
de camino eran un esfuerzo para el puente, era una delicia para los jovencitos disfrutar del zarandeo.
El piso de tablas, flexible, se
ondulaba de un lado al otro en el largo, y se veía la onda pasar de un pilar al
de enfrente.
Dos bombas carlistas, de 1874,
cayendo sobre sus cables y tableros, acabaron con ellos, y ya no se
reconstruyeron más, sin duda por necesitarse ya de paso rodado y piso más
sólido.
Todavía, y hasta los últimos años
del siglo XIX, estaban en pie, junto a la calle de Bailén, el arco y pilares
soberbios del de la Naja, con sus armas de Abando policromadas encima; y era
una cosa rara aquel arco que daba en la ría, al vacío, tan suntuoso y con
armas, sin que quedara ya rastro en la orilla de enfrente de la Ribera, de
puente alguno. No se lo explicarían fácilmente los forasteros que nada sabían
del puente colgante que allí hubo.
Así, luego, a José de Orueta le contaba un amigo que vivía en la Ribera y enfrente, y así lo dejó por escrito que "un día que él salía de casa, flaneaban divagando, en un descanso de sus ensayos, unos coristas de ópera italiana, que funcionaba entonces en el teatro; y que, parados en la orilla, miraban asombrados al monumento aquél, preguntándose: «Ma, ¿que cosa é questa?». Y uno de ellos, el más instruido, o de más imaginación, de la partida, dio enseguida con la explicación: «Questo, questo, é la tomba d'un cavalier»." y sigue:
"Años después, se derribó la «tomba» y quedaron sólo el recuerdo y la canción de aquellas dos airosas y
preciosas construcciones del cultísimo Bilbao, que entonces era
«nuestro Bocho», en punto a urbanización sobre todo".
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